Sobre mí



Infancia en Irún
Nacer en San Sebastián fue algo circunstancial, debido únicamente a que mi madre, donostiarra, había elegido un ginecólogo de esa ciudad. Me crié en Irún, en un maravilloso entorno campestre que, supongo, tiene mucho que ver con mi posterior interés por el paisaje. Durante mis primeros años, hasta los 7, mi principal compañía fueron los árboles, plantas y animales que poblaban “Larreandi” y los montes que rodeaban la finca.

Mi padre, arquitecto irunés, buen pintor aficionado, impulsó el interés de mi hermano y el mío por el dibujo y la pintura, organizando cada tanto competiciones entre nosotros. Y no sólo eso, también fue muy importante el estímulo que supuso el que prestara como estudio a un joven pintor, Enrique Albizu, un pequeño edificio que había dentro de la propiedad. 

Cuando estaba a punto de cumplir los 7 años nos trasladamos, eso supuso para mi un gran choque. De pronto estaba rodeada de casas y de ruidos de la ciudad... ya no podía correr libremente por el campo. Recuerdo que a los dos días de habernos mudado caí enferma....
Quizá este cambio brusco de entorno ha hecho que siempre busque el campo y que mi ideal para vivir sean lugares pequeños en los que lo tenga muy cerca. Quizá también, la añoranza por estar rodeada de flores haya hecho que sean uno de los motivos que siempre me gusta pintar.

A partir de ese momento vivimos entre Irún, en un piso en el Paseo de Colón y San Sebastián en verano, en el piso que conservaba mi abuela. 


Lo cierto es que el ambiente en que nos criamos los dos hermanos fue poco común y muy estimulante en cuanto a tendencias artísticas se refiere. De mi padre siempre he pensado que era un hombre del Renacimiento: arquitecto, gran aficionado a la pintura, la música, la historia, la literatura…y con vocación de mecenas. Y mi madre no le iba a la zaga: bailarina, no profesional pero ampliamente reconocida en su juventud y, posteriormente, escritora, conferenciante, investigadora de las danzas y la indumentaria, etnógrafa autodidacta… y, aunque esto no lo practicó públicamente, buena dibujante.

¡En casa se absorbía arte y cultura por todos los poros! 


Criados en semejante atmósfera ¿es de extrañar que, finalmente, tanto mi hermano como yo nos hayamos dedicado a la pintura? Sin embargo, no todo fueron facilidades, pasaron algunos años antes de que pudiera dedicarme plenamente a ella.



El patio del colegio
A los 9 años ingresé en el colegio que las monjas de La Asunción tienen aún en el Alto de Miracruz de San Sebastián.  Como entonces no era tan fácil ni rápido ir y venir de una ciudad a la otra, tuve que estar interna y eso al principio me angustiaba, pero ese colegio me devolvió algo que yo añoraba: el campo alrededor. 


En el jardín
 Así que aunque, tras una  infancia bastante aislada, por una parte no me era fácil acostumbrarme al contacto constante con tantas personas, por la otra sentía la felicidad de retomarlo con mis amigos de siempre: árboles, flores, campo libre... Lo que me ayudó en mi adaptación e hizo que, en general, sólo guarde buenos recuerdos de esa etapa.

Por cierto que, durante los dos primeros años de mi estancia, todavía se impartían en el colegio clases de dibujo y pintura a las que, naturalmente, acudí. Eran clases extra y asistían a ellas alumnas de todas las edades. 
Así conocí, aunque todavía sólo fue un contacto ligero, a la futura pintora Irene Laffite que estaba en su último año ¡me llevaba 10 años, eso en esas edades es una inmensidad!  con la que mucho más adelante tuve buena amistad y realicé alguna exposición conjunta.


Cuando tenía 16 años nos instalamos definitivamente en San Sebastián.

Eran tiempos en los que las convenciones hacían muy difícil el aceptar que una joven se dedicara a algo tan bohemio… Tuve que asumir que no se me iba a permitir matricularme en Bellas Artes. 
Comencé estudios de Medicina, sólo dos cursos, pero me han sido de mucha utilidad a la hora de plasmar la figura humana ¡nunca sabemos para qué nos van a servir las cosas que aprendemos en la vida...!
  

Falleció mi padre.


 Me casé. 
Tuve tres hijas preciosas… 
Mis hijas en unos Sanmarciales, en Irún

Y en ese punto las circunstancias ayudaron a que retomara ¡al fin! seriamente el camino del arte.



En fiestas de San Marcial, Irún,
con Gaspar Montes Iturrioz
Tuve la suerte de contar con los consejos de un buen amigo de mi padre: Gaspar Montes Iturrioz, reconocido pintor irunés y maestro de muchos de los pintores pintores de la zona del Bidasoa. Él me dio el empujón definitivo para reconocer que la pintura era para mí algo más que una gran afición. 
Y, en la vida nada ocurre por casualidad, justamente en ese momento, conocí a Miguel Angel Alvarez, sobresaliente pintor y dibujante donostiarra (yo, por aquel entonces, vivía en San Sebastián), también maestro de pintores, a quien debo el haber perfeccionado y pulido mi forma de manejar los pinceles para poder pasar de una simple afición a una dedicación profesional.



En mi estudio,
San sebastián 1977
En 1975, en Mayo, expuse mi obra por primera vez y poco después me presenté al importante  concurso Pintoras de Guipuzcoa. Obtuve el primer premio. Eso fue el espaldarazo definitivo y, a partir de ese momento,  pasé varios años de actividad intensa.

Exponía individualmente una vez al año como mínimo y era invitada a participar en numerosas exposiciones colectivas.

Eran buenos tiempos para la pintura y la mía gustaba a crítica y  público, en cada exposición me quedaba prácticamente sin obra, así que tenía que trabajar sin descanso para preparar la siguiente.
Alumnos en mi estudio

Además de esto comencé a enseñar.


Así transcurrieron unos cuantos años, durante los que, además, cambió mi situación personal y cambiaron también las circunstancias externas.




Un apunte en Oyarzun
Fueron además años convulsos.   Unos años en los que muchas veces la ciudad quedaba absolutamente paralizada por huelgas, las algaradas y manifestaciones eran cuestión cotidiana y la tensión crecía por momentos. 



Decidí ralentizar el ritmo, continuar pintando para mi disfrute, también seguir con la enseñanza pero sólo en ciertos casos y sin que nada de eso fuera  mi actividad exclusiva y, sobre todo, dejar de exponer. 



Durante unos cuantos años exploré también otras áreas de mi interés. Tenía claro que algún día volvería a una dedicación más plena, pero sin prisas ni presiones.



Curiosamente, sentía que para volver a un trabajo pictórico más intenso tenía que vivir en otro lugar. Hacía varios años que deseaba salir de una ciudad que, aunque siempre bella, se estaba convirtiendo en incómoda para la vida (al menos para mí) y que, superadas las tremendas tensiones de los años 70 y 80, se había transformado en ruidosa día y noche, al menos en la zona en que yo vivía, con un tráfico que resultaba agobiante, botellones, etc.



Buckfastleigh, junto a Dartmoor.
Aquí viví
Supongo que echaba de menos la paz que había sentido en Inglaterra donde, durante este cuasi descanso sabático de exposiciones que me había tomado, viví casi tres años.


Allí había disfrutado de la magia de los páramos y los bosques ingleses en una zona privilegiada, el Devonshire, llena de ecos de leyendas artúricas, escenario de misterios y novelas, preferida por las gentes Nueva Era y por los artistas.



Mi estudio hoy
A mi regreso, motivado por causas familiares, en cuanto pude, busqué un lugar tranquilo y, finalmente, me mudé a un pequeño pueblo de La Rioja, Galilea, donde vivo desde entonces. 

Y, efectivamente, he vuelto a todo lo que había dejado aparcado: exposiciones y labor docente, pero con un ritmo mucho más tranquilo que el de años atrás.